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Mientras tanto, amémonos unos a otros, recordando la sabiduría del apóstol:   
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<blockquote>Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres.</blockquote>
Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres.
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El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.
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¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno [otro chela del gurú]? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor [el Gran Gurú] para hacerle estar firme<ref>Ro 14:2-4.</ref>.
<blockquote>¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno [otro chela del gurú]? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor [el Gran Gurú] para hacerle estar firme<ref>Ro 14:2-4.</ref>.</blockquote>
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La palabra animal se compone de dos raíces provenientes de la lengua de Lemuria: ani, una forma abreviada de ánima, que significa alma, o aquello que está imbuido del aliento de vida, y mal, una forma abreviada de malus, que significa mal. Por tanto, ani-mal se refiere a la animación, o encarnación de patrones del mal con las energías del Espíritu Santo.

La creación de la vida animal

Hace mucho tiempo los científicos en Mu y en la Atlántida empezaron a utilizar el conocimiento que habían adquirido sobre las fuerzas de la Naturaleza para aprisionar a la vida en lugar de liberarla. A fin de controlar a los seres de tierra, aire, fuego y agua, cuya natural inclinación a restablecer la armonía en la Naturaleza interfería en sus prácticas degeneradas, encerraron a los elementales en patrones etéricos, usando métodos avanzados de magnetismo y control mental. Esos patrones, que se asemejaban a la variedad de creaciones que observamos actualmente en el reino animal, eran en realidad campos de fuerza electrónicos que los científicos superpusieron a los elementales con un doble propósito: (1) limitar su expresión del Espíritu Santo, y (2) manipular sus energías y por medio de ello manipular las funciones de la Naturaleza con respecto a sus propios fines.

Finalmente, las energías utilizadas para sostener esos patrones se fusionaron alrededor de los elementales en etapas sucesivas de densificación, hasta que lo que había comenzado como un campo de fuerza electrónico en el plano etérico, se convirtió en una idea en el plano mental, un ser sensible en el plano emocional y, al final, una entidad física en el plano terrenal. De esta manera, millones de elementales aprisionados se sometieron a las leyes que gobernaban la evolución de la vida animal en esta octava. Más tarde, por medio de ciertas depredaciones de la conciencia humana y el mal uso del fuego sagrado, otros millones fueron también forzados a entrar en cuerpos de animales. En consecuencia, la evolución del reino elemental hacia el Cristo, que debería haber tenido lugar de forma simultánea a la evolución de la conciencia del hombre hacia Dios, se desvió hacia una evolución alternativa a través del reino animal.

Cuando nos percatamos de que el templo corporal del hombre estaba destinado a ser un foco de la Madre Divina y de que los cuerpos de los animales son manifestaciones incompletas e imperfectas del arquetipo de la forma humana, vemos que los cuerpos animales son una perversión del rayo femenino.

Grupo de almas

Así como cada hombre posee un alma individual, los animales tienen lo que se denomina un alma grupal o alma de grupo: un campo energético que concentra su percepción grupal de la vida. Cada una de las especies es una unidad de evolución dentro del reino animal y la conciencia combinada de estas unidades integra la conciencia animal total del cuerpo planetario. Es el alma grupal que produce el instinto gregario: la característica gregaria del ganado, la formación de los pájaros en vuelo o el movimiento de un cardumen de peces y los patrones migratorios de muchas especies.

Ya sea que haya diez vacas o diez mil en las laderas de las montañas, el espíritu de grupo de cada especie continúa evolucionando; porque su evolución no está basada en números[1], sino en la experiencia y la evolución de hábitos que están sujetos a la propia expansión de la conciencia crística del hombre. Porque la vida animal, por extraño que parezca, está totalmente dominada por la percepción que el hombre tiene de Dios. Los animales no pueden elevarse por encima de los pensamientos y sentimientos y acciones más elevados del hombre, y no pueden caer por debajo de los más bajos de este. Los animales no tienen libre albedrío propio, sino que reflejan el libre albedrío del hombre, ya que el dominio sobre el reino animal que Dios dio al hombre era el dominio de su conciencia crística por sobre el alma grupal.

Los elementales y la vida animal

Los elementales que han estado evolucionando durante miles de años a través del alma grupal de animales han llegado a identificarse con su cuerpo animal y con su conciencia animal, así como las almas de los hombres han llegado a identificarse con el cuerpo y la conciencia humanos. Así, el elemental que está sujeto al cuerpo de un caballo, de una vaca, de una cabra, de un perro o de un gato, piensa que él es ese animal. Ha perdido la percepción de sí mismo como elemental y como un elemental que habita en un cuerpo animal. El animal doméstico que exhibe más talento y devoción de lo normal, sin duda es un elemental aprisionado, que enseguida ocupa su lugar como un miembro de la familia. Las personas no podrían matar a sus mascotas como tampoco lo podrían hacer con sus propios hijos, porque son más que cuerpos animales; son elementales sujetos a cuerpos animales, dignos de ser llamados amigos del hombre.

Debido a que la forma animal es una matriz imperfecta para la integración de las virtudes de Cristo en el reino elemental, y debido a que el cerebro y el sistema nervioso son vehículos inadecuados para la percepción autoconsciente del Espíritu Santo, los elementales dependen totalmente de la conciencia del hombre mientras evolucionan de un estado de limitación a una percepción ilimitada de la vida que una vez conocieron. Y esta evolución espiritual es una exigencia de la Ley que debe cumplirse para que puedan alcanzar la inmortalidad.

Libertad para los elementales

El único modo por el cual el hombre puede liberar y elevar a los elementales que han sido atados a cuerpos animales es que el hombre libere y eleve su propia conciencia al nivel del Cristo, porque entonces los elementales sobre los cuales se le confirió el dominio se identificarán con el Cristo que mora en el hombre en vez de hacerlo con la conciencia carnal del hombre, que ata el elemental al alma de grupo de la especie. Y cuando el elemental deje de identificarse con el animal, no necesitará más del cuerpo del animal para evolucionar: romperá los lazos de su confinamiento e iniciará la percepción divina de sí mismo: como un silfo en la forma de un silfo, como una ondina en la forma de una ondina, como un gnomo en la forma de un gnomo o como una salamandra en la forma de una salamandra.

Cuando todos los elementales se hayan liberado de su conciencia animal y de su forma animal, asimilarán el beneficio neto de su experiencia en el reino animal y se les otorgará el mismo derecho de que el hombre goza de ganarse la inmortalidad. Si el hombre se identifica con el espíritu de amor, coraje, lealtad, obediencia y fe que los elementales expresan, en vez de permitir que su apego se limite al cuerpo animal —actitud que, como hemos dicho, es idólatra—, se regocijará al ver aquellas cualidades inmortalizadas mediante las formas perfeccionadas de los elementales, quienes, como el hombre, se originaron en Dios. Así como el hombre no teme abandonar el peso de su cuerpo terrenal para la gloria de su cuerpo celestial[2], no debería lamentar el paso del antiguo orden de la vida elemental al nuevo.

Los que han llegado a aceptar una vida tan natural y plena como se expresa por medio de los animales no se percatan de que la armonía que observan en el reino animal es la armonía de la conciencia de Dios que se manifiesta dondequiera que haya vida, aun cuando la forma sea imperfecta (aun cuando la desarmonía que ellos observan sea un reflejo de la desarmonía de la conciencia del hombre). Tan poderoso es el Espíritu que anima la forma, que trasciende la forma en su expresión incluso antes de que el patrón imperfecto dé paso o evolucione hacia la perfección.

El karma entre la humanidad y los elementales

Los ojos suplicantes de nuestros amigos los animales nos dicen que la vida en conjunto no se satisface en su matriz actual. Vemos en ello la vida aprisionada. Quisiéramos liberarla. Vemos el Espíritu crucificado en los planos de la Materia. Quisiéramos santificarlo en los fuegos de la resurrección. Debemos tornarlo íntegro haciéndolo coincidir con el diseño inmaculado de la Deidad. Por medio de un ahimsa iluminado, una percepción exaltada de Dios en la Naturaleza, nos damos cuenta de que ser bueno con los animales es un mandato para liberar a la vida en el sentido más divino y aun así más práctico de la palabra, si el hombre ha de ser sincero consigo mismo, sincero con su amor por todo ser vivo y sincero con su promesa de invocar la cristeidad para todo lo que vive.

Los abusos a la vida animal han creado un karma entre la humanidad y los elementales que debe expiarse antes de que se pueda restablecer en la Tierra el paraíso edénico y antes de que los elementales puedan recibir la inmortalidad. Es el deber de la humanidad, que los ha aprisionado, amar su libertad, primero cesando todo maltrato a la vida animal, y segundo, invocando el fuego sagrado para liberar a los elementales de las imposiciones de los científicos decadentes de Mu y de la Atlántida.

Está escrito que Dios dio al hombre «toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra y todo árbol en que hay fruto y que da semilla» y dijo: «os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas las aves de los cielos y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida, toda planta verde les será para comer. Y fue así»[3].

Después de la Caída del estado de gracia, cuando el cordón cristalino y la llama trina se redujeron y el hombre no fue ya capaz de alimentar sus cuatro cuerpos inferiores con Luz de la Presencia de Dios, con prana y con ciertos frutos «de árboles que dan semilla» que contenían energías cósmicas, se vio obligado «a comer plantas del campo»[4] como una fuente secundaria de luz y prana. En cuanto la densidad del hombre aumentó, acudió a la vida animal para obtener sustento: no satisfecho con la hierba del campo, mataba y comía criaturas quienes, como él mismo, eran incapaces de atraer su fortaleza diaria directamente de la Fuente universal.

Tan pronto como comenzó a participar de la carne, asimiló dentro de su propio cuerpo esos campos de fuerza ani-mal que los científicos habían superpuesto a los elementales, con el resultado final de que aquellos que habían aprisionado a los elementales podían luego aprisionar la conciencia de la humanidad en los mismos patrones animales que habían abortado la Luz crística en el reino inferior. Con el transcurso de los siglos, la conciencia del hombre se hizo más animalesca y menos divina; hasta su apariencia adoptó gradualmente las características de las especies inferiores. Tanto fue así que los científicos llegaron a teorizar que los hombres eran una clase de animal en lugar de una clase de Dios.

Reverencia hacia toda la vida

Muchos creen hoy en día que, si el hombre manifestara un respeto universal por la vida y tuviera la voluntad de asumir la responsabilidad del sexto mandamiento («No matarás»)[5] detendría la matanza y el consumo de animales porque hacerlo es simplemente un pecado contra el Espíritu Santo y contra la Madre Divina. Y hasta que no lo haga, no puede considerar su vida inofensiva ni puede considerarse a sí mismo un practicante de la ciencia de ahimsa.

Otros, sin embargo, están convencidos de que es necesario algo de carne en su alimentación por razones de salud. Afirmando el elemento del libre albedrío en el ejercicio de la Ley, gradualmente, según la capacidad de cada cual, Morya una vez dijo que «quienes eligen comer carne deben hacer más decretos de llama violeta que los que no lo hacen», tanto para ellos mismos como para la vida animal que todos los días está dando su vida por sus amigos, los hijos del hombre.

Los elementales continuarán haciendo este sacrificio de mil amores, aun cuando su cuerpo sostenga el karma mundial[6], hasta que el hombre, que no puede vivir solo de pan, pueda encontrar en el Verbo viviente una compensación por los viejos hábitos humanos de siglos, que irá desechando, uno por uno, mediante la llama de la resurrección en el monte del logro espiritual.

Mientras tanto, amémonos unos a otros, recordando la sabiduría del apóstol:

Porque uno cree que se ha de comer de todo; otro, que es débil, come legumbres.

El que come, no menosprecie al que no come, y el que no come, no juzgue al que come; porque Dios le ha recibido.

¿Tú quién eres, que juzgas al criado ajeno [otro chela del gurú]? Para su propio señor está en pie, o cae; pero estará firme, porque poderoso es el Señor [el Gran Gurú] para hacerle estar firme[7].

Notas

Mark L. Prophet y Elizabeth Clare Prophet, El sendero del Yo Superior, capítulo 7, págs. 531–36.

  1. Si los números fueran necesarios para la evolución del alma grupal, no habría sido posible transmitir la percepción acumulada del alma de cada especie a través de los machos y hembras que Dios preservó en el arca de Noé. (Génesis 6:19).
  2. 1 Co 15:40.
  3. Gn 1:29, 30.
  4. Gn 3:18.
  5. Ex 20:13.
  6. Los elementales llevan el karma mundial. La cantidad de energía que la humanidad ha calificado mal durante siglos en su falta de respeto a la vida es tan grande que, si se le exigiera que cargase con el peso total de su karma, se inclinaría hasta el suelo y caminaría a cuatro patas como los animales. En vez de relegar el alma de los hombres a cuerpos animales para expiar su karma, la misericordia de la Madre ha permitido a los elementales equilibrar una gran porción del karma de la humanidad resolviendo los ciclos de su energía mal calificada en los cuerpos físicos de los animales que ellos encarnaron. Por medio de esta dispensación, el hombre no necesita reencarnar en un cuerpo animal, aunque su karma pueda en efecto dictar tal destino; porque los Señores del Karma, que intercedieron a favor de la humanidad, sabían que, si esto sucedía, la evolución humana, en lo que respecta a la expansión de la conciencia crística, efectivamente se detendría.
  7. Ro 14:2-4.