Teresa de Lisieux

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Teresa de Lisieux fue una monja carmelita francesa del siglo XIX conocida como la «florecilla de Jesús». Desde su niñez quiso ser santa y perfeccionarse en Dios. Su gran deseo de permanecer constante con la voluntad de Dios, con su sabiduría y su amor llevaron a Teresa a vivir una vida de sacrificio e inmolación propia, y a poner todas las fuerzas del amor de su corazón en atraer a las almas hacia la luz de Jesucristo. Ascendió al término de su corta vida.

Teresa de Lisieux (1894)

Su vida

Nació como Marie-Françoise-Thérèse Martin, el 2 de enero de 1873, en Alenzón (Francia). A los catorce años de edad Teresa tenía un deseo tan ardiente de entrar en el convento que, en un peregrinaje a Roma con su padre, atrevidamente pidió permiso al papa León xiii, durante una audiencia pública, para poder entrar en el Carmelo a los quince años de edad. Él respondió que entraría «si Dios lo quiere». Al año siguiente su solicitud fue concedida por el obispo de Bayeux y el 9 de abril de 1888, entró en el Carmelo de Lisieux, donde asumió el nombre de hermana Teresa del Niño Jesús y la Santa Faz.

Llegó a ser maestra de novicias en funciones en 1893 y consideró que su misión era enseñar a las almas su «caminito». Su sendero era un sendero de amor, porque, escribió ella, «sólo es el amor lo que nos vuelve aceptables ante Dios». Sus obras favoritas eran las de san Juan de la Cruz, los Evangelios y La imitación de Cristo. Deseaba sólo «hacer que amaran a Dios como yo Le amo, enseñar a las almas mi caminito», el camino de la «niñez espiritual, el camino de la fe y la absoluta renuncia».

Con el fuego de la constancia y el celo de los apóstoles, tomó la determinación de ejemplificar el sendero de la sencillez en medio de un mundo de sofisticación. En abril de 1896 Teresa fue considerada merecedora de la iniciación de la crucifixión. Tuvo una hemorragia en los pulmones y durante un año sufrió la agonía de la cruz que Jesús tomó sobre sí como expiación por la conciencia de pecado de la humanidad. Teresa llevó su carga con la misma devoción y fe en Dios que había marcado su misión desde el principio. En julio de 1897 fue enviada a la enfermería, envuelta ya en el éxtasis de los fuegos de la resurrección. Repitió las siguientes palabras día y noche: «Dios mío, te amo». El 30 de septiembre de 1897, a la edad de veinticuatro años, regresó al corazón de su amor más grande.

Durante los últimos dos años de su vida, Teresa recibió la petición de que escribiera sus memorias de la niñez y su vida religiosa. El manuscrito se publicó un año después de su muerte en un libro titulado Histoire d’une Ame (Historia de un alma). Pronto se convirtió en uno de los libros espirituales más leídos.

Dos de las frases por las que más se recuerda a Teresa son: «Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra»; y: «Tras mi muerte haré caer una lluvia de rosas», pues previó que después de su muerte su actividad tendría largo alcance y su misión de «hacer que otros amen a Dios como yo le amo» continuaría. Las estatuas de la santa la representan llevando un ramo de rosas.

Cuando murió, Teresa no perdió tiempo en hacer ese bien en la Tierra. El convento recibió miles de historias que hablaban de curaciones, conversiones e intercesiones atribuidas a Teresa. En una historia conmovedora, Teresa se aparece a la priora de un convento empobrecido de Italia para darle quinientos francos, necesarios para la deuda de la comunidad.[1] Durante la Primera Guerra Mundial muchos soldados que habían leído la autobiografía de Teresa llevaban consigo reliquias suyas y colgaban su imagen de las paredes sucias de las trincheras. Un soldado francés cuenta sus espeluznantes experiencias en el frente. Él y otros rezaban el Rosario, y llamaban a la Hermana Teresa. Mientras la batalla se recrudecía, de repente la vio a los pies de uno de los cañones. Sonriendo, ella le dijo: «No temas, estoy aquí para protegerte». Ninguno de los soldados cayó; y pronto volvieron de la batalla sanos y salvos[2].

Teresa fue canonizada el 17 de mayo de 1925, menos de 28 años después de su muerte. Se le han atribuido muchos milagros a Teresa. En 1927 fue declarada patrona de las misiones extranjeras y de todas las obras por Rusia. Su fiesta de guardar es el 1 de octubre.

 
Thérèse at the age of 15 (1888)

Lecciones de su vida

Algunas veces pensamos que los santos «han nacido santos». La vida de Teresa nos muestra que no es así. Teresa es recordada con frecuencia como dulce, amorosa y obediente. Pero eso no le llegó con facilidad. De hecho, la Sra. Martin caracterizó a su hija como una «testaruda incorregible»[3].

Teresa aprendió a convertir su testarudez en una voluntad de hierro. Ella describe cómo consiguió una «gran victoria» en «cierto combate»:

Hay en la comunidad una hermana que posee la facultad de desagradarme en todo: sus formas, sus palabras, su carácter, todo me resulta muy desagradable. Aun así, es una religiosa santa que debe complacer mucho a Dios. No queriendo ceder ante la natural antipatía que sentía, me dije que la caridad no debe consistir en sentimientos sino en obras. Entonces me propuse hacer por esta Hermana lo que haría por la persona más amada… No me contenté con sólo rezar mucho por esta Hermana que me generaba tantas luchas, sino que me cuidé de prestarle todos los servicios posibles y, cuando me sentía tentada de responderle de forma desagradable, me conformaba con ofrecerle mi más amistosa sonrisa y con cambiar el tema de conversación…

Frecuentemente, cuando… tenía la ocasión de trabajar con esta Hermana, solía salir corriendo como una desertora cuando mis luchas se volvían demasiado violentas… Jamás sospechó los motivos de mi proceder y siguió convencida de que su carácter me complacía mucho[4].

El camino del discipulado

La maestra ascendida Teresa de Lisieux ha ofrecido una comprensión profunda de sus experiencias en el mundo celestial:

Después de ascender, se me concedió el privilegio de pasar una parte de mis cielos en la tierra. Pero para otra parte el Padre me asignó que estudiara con los tres maestros El Morya, Koot Hoomi y Djwal Kul. Estos tres sabios, adeptos de Oriente que fueron a cuidar del nacimiento del Señor Cristo, por tanto cuidaron conmigo del pleno florecimiento y nacimiento de ese Cristo en mi ser, multiplicado muchas veces por su presencia después de mi ascensión.

Por consiguiente, a través de su corazón aprendí los misterios de Oriente, la profundidad del mensaje del Buda y su unidad con nuestro Señor. Hilo por hilo, me ayudaron a tejer y a tejer de nuevo la plenitud de la vestidura de luz que comprende todo el complemento de la enseñanza de Dios para esta era.

Por tanto, amados, tuve la oportunidad de recibir esa enseñanza que llenó para mí todos aquellos misterios sagrados que no habían sido revelados por la Iglesia establecida. Por tanto, comprenderéis que mucha enseñanza que recibís ahora yo la recibí en los niveles internos, después de ascender.

Como he dicho recientemente, muchos en la Iglesia han tenido la santidad, la sacralidad y la pureza [requisito previo a la santidad], pero debido a que el poder fáctico de este mundo, que se ha sentado en aquellos puestos de poder en la jerarquía de la Iglesia, no ha considerado oportuno entregar el Evangelio Eterno a la gente, los que estaban cualificados para la ascensión y para la santidad no podían recibir esa promoción, y por ello reencarnaron.

Benditos, no deseo daros motivo alguno para el orgullo personal ni el espiritual, pero estoy aquí para deciros que algunos de los que se encuentran en este lugar han reencarnado porque han sido desfavorecidos, como diríais, por la Iglesia y su tradición.

Por tanto, amados, vengo a deciros que podéis considerar el camino del discipulado como mil escaleras sobre una espiral dorada de mil niveles; y que hay, paso a paso, un sendero ordenado de disciplina. Estos maestros que han patrocinado a vuestra mensajera y esta actividad, que han apoyado a Jesús en el establecimiento a través de los mensajeros de la verdadera Iglesia Universal y Triunfante en la Tierra, han considerado procedente establecer un ritual ordenado, porque son plenamente conscientes de lo que hace falta para subir uno de esos escalones.

La figura de la monja apesadumbrada con el cáncer en su cuerpo, ocultándolo a los demás y ocupándose de la tarea humilde de fregar las escaleras del enclave[5], ha de considerarse como un arquetipo del alma que, siendo portadora de su propio karma, reconoce que debe limpiar la suciedad a cada paso de la conciencia, restregando con la llama violeta hasta que ese nivel de registro e ideación quede plena y totalmente transmutado. Durante el proceso, ella puede subir un único peldaño. En épocas pasadas un alma habría necesitado quizá toda una vida para subir un solo peldaño, porque la única purificación del karma, del registro y del yo, así como su afloramiento en el cuerpo como enfermedad, se habría manifestado mediante la oración y las obras de penitencia.

Así, amados, para saber «¡cuán grande, cuán grande eres, oh Dios, mi Padre, mi Madre, cuán grande es el don de la llama violeta!», debéis establecer un sentido de la medida, un sentido de realismo de que un don así también es un experimento. Pues es una dispensación para la cual seres ascendidos del séptimo rayo, entre los que se encuentra vuestro amado Saint Germain, han dado esta oportunidad. Y tras cierto lapso de ciclos, rendirán cuentas antes los Señores del Karma y los veinticuatro ancianos que están alrededor del gran trono blanco; y ellos decidirán si la gente ha tomado esa llama y la ha usado sólo para liberarse de sus incomodidades o si la ha usado de forma seria para el sendero de iniciación como un adjunto, como una poderosa ayuda para las almas que entran en él.

Por tanto, debéis entender que sois vigilantes de la noche, haciendo guardia en vuestro tiempo y vuestro sitio al igual que muchos que os han antecedido han hecho esa guardia. En esta noche oscura de la era de Kali Yuga[6], lleváis antorchas de llama violeta y antorchas de iluminación con la amada Madre Libertad. Por consiguiente, amados, comprended que todas las santas órdenes han tenido sus rituales y sus disciplinas y sus reglas.

Por tanto, los que desean servir y guardar la llama de este país deben alinearse, igual que los de todos los países y todas las ciudades, para comprender que se debe cumplir tanto el espíritu como la letra de la Ley, y la obediencia en los detalles del servicio y la entrega de uno mismo. Esto es lo que conducirá más rápidamente a la meta deseada de luz en los siete chakras equilibrados en la suprema bendición del Dios Padre-Madre[7].

Notas

Mark L. Prophet y Elizabeth Clare Prophet, Los Maestros y sus Retiros, Volumen 2, “Teresa de Lisieux”.

  1. T. N. Taylor, ed., Soeur Thérèse of Lisieux, the Little Flower of Jesus (Hermana Teresa de Lisieux, la florecilla de Jesús) (New York:P. J. Kennedy & Sons, n.d.), págs. 339-40.
  2. Cindy Cavnar, ed., Prayers and Meditations of Thérèse of Lisieux (Oraciones y meditaciones de Teresa de Lisieux) (Ann Arbor, Mich.: Servant Publications, 1992), pág. 172.
  3. Ídem, pág. 16.
  4. Historia de un alma: autobiografía de santa Teresa de Lisieux, trad. John Clarke, 2d ed. (Washington, D.C.: ICS Publications, 1976), págs. 222–23.
  5. Santa Bernadette (1844-1879), una devota campesina a quien la Virgen se apareció 18 veces en una gruta de Lourdes (Francia), cuando tenía 14 años de edad, soportó la dolorosa y debilitante enfermedad de la tuberculosis ósea durante más de siete años, mientras prestaba servicio como Hermana de Nuestra Señora en el convento de Saint-Gildard. Durante los últimos dos años de su vida desarrolló un tumor grande en la rodilla, que ella guardó en secreto mientras pudo, para que no la retiraran de sus obligaciones, como se muestra en la película The Song of Bernadette (La canción de Bernadette) (1943) basada en la novela de Franz Werfel que lleva el mismo nombre.
  6. Kali yuga es el término de la filosofía mística hindú que indica el último y peor de los cuatro yugas (épocas del mundo), que se caracteriza por la lucha, la discordia y el deterioro moral.
  7. Santa Teresa de Lisieux, “Outside the Church (Fuera de la Iglesia)”, 2ª parte, Perlas de Sabiduría, vol. 31, núm. 39, 13 de Julio de 1988.